No da lo mismo
cualquier silencio.
El de una tarde apagada
en alguna umbría de Perugia,
cubierto de nieve.
Adivinando,
entre bruma temprana,
el próximo codo
de un arroyo sin nombre.
En la densidad,
ciega,
de una prisión
autoimpuesta.
Entonces sí
vale la pena
intentar oír,
algo,
una trama,
susurros
hilados sin tiempo.