Mutismo de la roca

Mutismo de la roca

I

Canto a la batalla,
que es derrota y es ganancia.
Celebro la lluvia,
que apacigua el polvo del camino.
Beso la violencia de la muerte,
disimulada en el cuerpo yaciente, pacificado.
Brindo con leche tibia de pechos jóvenes,
Por una nueva batalla
Por otro camino
Por otra muerte

 

VII

No tiene sentido el cálculo,
cuando ya se puso la medida.
Avanza, no importa la hondura.
Atiende a la respuesta,
no a la pregunta.

 

IX

Temor a sentarse, inmóvil,
a contemplar
y empaparse de universo,
y entonces andar y hacerse.
De lo todo posible,
al pobre aquí y ahora.

 

XII

Arropado de intemperie,
y una canción de cuna
interrumpida por temores.
Transito,
del centro a los suburbios,
de la ciudad a los confines.
Las luces se dispersan
y el empedrado
se hace tierra.
Salir, un adentrarse
en noche cerrada.

 

XIV

Lagrima sin mejilla,
mano ahuecada
que no supo contener,
gota, que no logró escurrirse.
Certeza
que persiste,
a pesar del desierto.

 

XVI

No por avenidas,
de pasos que se trenzan,
de voces desentonadas,
palabra vaciada.
Ni en templo que se eleva en lo alto,
piedra lamida de viento
que la deshace en polvo.
Desciendo al seno de la tierra,
sacrificio despojado.
Inspiro,
raíces que abrazan
silencio y oscuridad que iluminan

 

XIX

Deslizarse,
mas que levantar vuelo,
oyendo el mutismo de la roca.
Esperar,
antes que interrogarla,
con las manos clavadas al madero
esperando inútilmente.

 

XXV

Sangra el sauce por ser él,
no por el deseo del álamo,
vencido por el polvo
que se eleva siendo,
y se posa suave,
en brote, en pluma, o en escarcha.
Duda, entre mástil y alambrado,
y resiste, hincando raíz en tierra.
Hueco en la arena
que no se sacia.

 

XXVII

Como surco,
desgarro de arado atardecido,
abrazo de llovizna,
lágrima y semilla.
Tajos que unen
orillas distantes,
lecho profundo,
germen renovado,
y el mismo.
Dioses de un dios,
brotes del mismo tallo,
ponientes del mismo amanecer

 

XXIX

Fueron tal vez un exceso
los naufragios,
las noches en que perdí el rumbo,
aquellas en las que vi el espanto,
en ojos propios o ajenos.
Sólo me sentí vivo
en ese breve instante,
al enfrentar al enemigo en la batalla,
y apenas conservo en la memoria
el nombre de la calle en que nací.