Prólogo

de feria

Cuestión de matices. Eso respondía siempre mi tío abuelo Faustino, que vivía en las sierras, cuando mi madre le decía que estaría mejor cuidado en la Capital. Es una frase que adopté como propia, siempre sin exagerar, claro. Los extremos son siempre los extremos. Pero en el medio hay toda una gama de posibilidades entre las que no media un límite trazado con bisturí o dibujado con la punta 0,1 de la Rotring de Faustino.

Pero no quiero perder el hilo, perdón por la digresión. Decía que es una frase que me gusta porque es aplicable a muchas situaciones. Pongo como ejemplo el encierro. No digo que padezca de claustrofobia, eso sí sería un extremo, pero debo reconocer que las situaciones de encierro siempre me han producido sensaciones contradictorias; con matices, obviamente. Pero no creo ser una excepción. Todos experimentamos encierros, faltas de libertad mas o menos transitorias, más o menos padecidas. ¿Acaso viajar en subte o en colectivo en hora pico no es una experiencia de encierro fuerte? Bajo tierra, viajando en una cápsula a velocidad por un túnel, agolpados, con las puertas operadas por un ser que no vemos. Acepto que muchas veces el nivel de acostumbramiento al que quedamos sometidos no nos permite ser totalmente conscientes. Pero si lo pensamos un instante, si nos ponemos en situación, no creo que nadie pueda contradecirme.

Por supuesto que tenemos la opción de accionar el freno de emergencia y la apertura manual de las puertas, pero esa posibilidad queda reservada para situaciones extremas y siempre y cuando tengamos la capacidad de reacción a tiempo.

También es verdad que hay quienes evitan esos espacios de encierro y eligen la bicicleta, el monopatín, el scooter o la moto porque aman la libertad, el aire fresco sobre su cara, ganan tiempo, ahorran dinero.

Pero ¿quién no ha utilizado alguna vez un ascensor? Eso sí que es encierro. Diez personas en veintisiete metros cúbicos en un viaje a las alturas es toda una experiencia de encierro. Claro, salvo cuando estemos atravesando una pandemia y no sea posible estar a menos de metro y medio de distancia o cuando se interrumpe la electricidad y el edificio no cuenta con grupo electrógeno (deberían exigir que los edificios tengan grupo electrógeno o que coloquen un cartel advirtiendo de los riesgos en caso de no contar con uno) y por supuesto nuestro estado físico nos permita subir caminando.

Por supuesto, estos encierros son casi inevitables y hasta parte de la vida cotidiana, al menos en las grandes ciudades. Pero no son esos encierros los que me preocupan hoy. Son otros, los menos evidentes, aunque no por eso menos salvajes y dañinos.

¿Quién no guarda acaso algo escondido, oculto, ignorado por la mayoría de quienes pasan o están a nuestro lado? Tal vez no importe cuán banal sea eso que guardamos; pero de uno u otro modo, en algún momento eso que guardamos hará que nos sintamos confinados, recluidos dentro de límites autoimpuestos. Otras veces el encierro se nos impone desde afuera.

Recuerdo un folleto que me entregaron en un grupo al que me acerqué para dejar de fumar. No recuerdo muy bien todo lo que decía, pero el frente del folleto me quedó grabado en la memoria. Un prado muy verde, unos árboles en el horizonte, como en el punto de fuga y una mano apoyada en la hierba y unas piernas que daban en conjunto la sensación de alguien incorporándose. Sobre el margen derecho, en destacado, las letras R, A y S. La imagen estaba tomada como al ras del suelo. Tal vez sea idea mía o fuera algo buscado por quien lo diseñó. Las siglas RAS, la imagen al ras del suelo, la persona incorporándose y los árboles (creo que eran abetos, pero no estoy seguro; no sé mucho de taxonomía vegetal) elevándose hacia el cielo azul. Las letras en destaque eran seguidas de los pasos que el programa para dejar de fumar propiciaba: Reconocer, Aceptar y Salir. En aquella oportunidad reconocí, acepté a medias, pero en absoluto fui capaz de salir. Hicieron falta varios intentos y estrategias para conseguirlo.

Pero la imagen del folleto la conservo muy clara y me ha resultado útil en diferentes situaciones en las que una sensación de encierro, auto o hetero infligido se hizo presente. Obviamente y para ser consecuente con el folleto, en aquellos casos en que hubo reconocimiento de la situación por mi parte. En las otras, en ausencia de R, tal vez aún persista en la ignorancia sin saberlo.

No lo había pensado antes, pero tal vez se podría agregar otra inicial y otra palabra. Podría ser la A, de atención. Estar Atento para poder Reconocer, y así ponernos en camino hacia los abetos del folleto, precisamente en el punto de fuga.

Fruto de ese estar atento, a modo de ejercitación o práctica que luego aplico en mí, durante el último tiempo me concentré en recopilar situaciones que fui observando u oyendo a lo largo de muchos años y que hoy pongo a disposición, con la esperanza de que las situaciones que comparto resulten también de utilidad para Ud., atento lector.